Por M. Campos.
Eres un girasol. Perdona si me equivoco, pero salvo raras excepciones, todos los hombres son girasoles. Cuando termines de leer, sabrás si debes darme la razón o no.
Los girasoles sólo saben mirar al sol, como todos los demás, y cuando éste se esconde, ellos esconden su rostro también, inclinándolo hacia la tierra. Así se mantienen toda la noche, esperando a que regrese el día, para volver a seguir a su amo en su recorrido por el cielo. No se giran hacia el oeste por la mañana, ni contemplan el oriente al atardecer, jamás elevan sus pétalos hacia la luna. Persiguen solamente la trayectoria del sol, como en una adoración que se repite a diario, sin excepción. No saben de aquello que existe lejos del la gran estrella, no se han vuelto a ver lo que ignoran siempre, a sus espaldas, ni siquiera pueden ver nada que no sea la luz cegadora del astro rey. Se limitan a seguir su ruta, cumpliendo al milímetro con su obligación de seguimiento. En esta ocasión, no voy a formular la comparación, dejaré que observes por ti mismo qué es lo que tienes en común con esta planta tan curiosa, y entonces serás tú quién decidirá seguir mirando al sol o tomar una decisión diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario