Por M. Campos.
El tiempo sólo crea belleza. Esta es una idea difícil de encontrar por la mente de los seres humanos del mundo actual. Sin embargo, considero que es una bonita verdad. Los cánones de la sociedad moderna rechazan todo lo relativo a la vejez, se exaltan los "valores" de la juventud, con los cuáles se comercializa hasta la saciedad. Pero si nos quitamos estas horribles gafas, que proyectan en nuestro cerebro la necesidad de cremas anti-edad, cirugía estética, edición fotográfica y cualquier otro producto que nos "productice" también a nosotros, descubriremos algo muy distinto. Nos están vendiendo caras de plástico, sin arrugas, sin expresiones, totalmente artificiales, ¿dónde está la belleza ahí? ¿La belleza es resultado de operaciones, perfeccionamientos digitales y todo esto que nos están vendiendo? Tómate tu tiempo para reflexionar sobre ello, si es preciso.
¿Todo depende del cristal con que se mire? A nosotros nos están clavando en los ojos el cristal que les interesa. ¿Qué tal si miramos sin obstáculos ante nuestros ojos? Nada depende del cristal con el que se mire, la realidad se ve sin cristales, detrás del cristal la realidad se distorsiona.
Nosotros no somos productos, ni somos máquinas, somos seres vivos, y como tales, reflejamos el paso del tiempo. Y el tiempo, repito, sólo crea belleza. Arrugas, flores marchitas, grietas en la madera... son ejemplos hermosos de la huella del tiempo.
Si estás luchando contra tus arrugas, contra el espejo... entonces es que no te has mirado bien. Si te miras de nuevo, podrás ver en las dobleces de tu piel cada una de las sonrisas, enfados, sorpresas y demás instantes de tu vida. Entonces, puedes mirar tu rostro como un álbum de recuerdos, que evocarás cada vez que observes tu reflejo. Y lo mismo ocurre con tus manos, tus ojos, y cada uno de tus poros. Olvida todas esas ideas que bombardean tu cabeza y comienza a ver, sin condicionamientos, la belleza que cada día te regala.
Si te resulta difícil, prueba primero con otras cosas, las flores marchitas, con sus pétalos dormidos, las grietas en la madera, desgastada por los caprichos del cielo, el tono amarillento de las hojas de ese libro que tantas veces has leído. ¿No son, acaso, pequeños paraísos de belleza? ¿Por qué habría de ser distinto en ti?
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